Alma negra
Nada hubiera
ocurrido de haber vestido el gabán marrón. Estoy convencido de ello.
Esta mañana
antes de salir de casa, a última hora, tras cinco largos años y en un impulso
impropio de mi orden metódico diario se me ha antojado ir a descolgar el gabán negro del armario nogal de la habitación de invitados, tristemente
llamada así pues pocos amigos tengo. Él marrón ha permanecido en su colgador
perenne.
Solo acariciar
el paño negro del gabán me ha regalado el tacto con su suavidad. Al enfundarme
en él he sentido que se adhería a mi piel formando parte activa y protagonista
del cuerpo.
Ya en la calle
me siento sereno, solo un tanto disgustado por andar entre tanta gente.
Transeúntes que sin ningún tipo de disciplina se mueven de arriba a abajo y al
revés. Todos iguales, como autómatas de cuerda. Solo yo entre muchos de ellos
tengo hoy un destino claro e importante.
El sol tímido
empieza a pintar las calles de colores naif. El rojo de mis labios crece y me
estremece. Son calles demasiado largas para no llevar a ningún lugar,
abarrotadas a ambos lados de negocios y pequeños comerc ios
que cuelgan mil letreros multicolor en las fachadas monótonas.
Hoy es el día.
Para ello este gabán me aguardaba como otras veces en el armario. Me da poder y
he decidido de una vez por todas acabar con mi rastreador. Voy a cortar el
camino al único hombre que de nuevo impide mi andar independiente por este
mundo de soledades.
Él siempre
camina pasos tras de mi. Espera el momento apropiado para llevar a la praxis
mi final definitivo. Dictadas lleva las instrucciones en el microchip de su
cerebro. No tiene rostro alguno; la verdad es que tampoco he conseguido verle
nunca. Aunque se que está ahí. Le presiento .
El corazón
penitente golpea mis sienes en un latir duro y constante. Sin parar avanza como las manecillas de
un reloj en un mismo sentido.
Quiero
sorprenderle y con un giro repentino entro en una tienda de
golosinas. Le veo pasar con su gesto de estudiado disimulo. La dependienta que
pregunta lo que deseo queda helada con mi mirada gris opaca y en silencio
observa como salgo de nuevo.
El vigilante
se ha convertido ahora en vigilado. Se inquieta porque se ha quedado fuera de juego y ha de
seguir su paso inevitable. Se le ve confuso. Nunca antes fue el protagonista de los
sucesos.
Entra en un
edificio cualquiera de oficinas, le sigo y tomamos el ascensor a la terc era planta. Se siente acorralado lo perc ibo en el nerviosismo de su parpadeo continuo.
Para el
elevador. Mientras se abren las puertas hace un patético ademán de cederme el paso,
que rehúso. Definitivamente se convence de que algo va mal y echa a andar rápido por el pasillo. Entra como un animal a sacrificio en la escalera de emergencias.
Es el momento
de darle alcance. Entro tras él. En una zancada y rápidamente le rodeo el
cuello con el brazo apretándole contra mi cuerpo mientras empuño fuerte el arma
que duerme en el bolsillo del gabán.
Jamás pensé
que la carne humana fuera tan líquida. Al hundirle el acero en la boca del
estómago he tenido que sujetarlo fuerte para que no se derramase mezclado con
la sustancia viscosa. Suerte que se ha incrustado en algo sólido que seguro era
alguna de sus costillas.
Consigo
desincrustar el metal. Es tan hermosa la empuñadura de marfil que por un
momento olvido mi misión. La cara encogida y distorsionada, que queda en una
mueca descompuesta de dolor inmenso, me rescata de mi ensimismamiento. Él
me maldice en silencio obligado por su último aliento. Sin embargo veo renacer la
vida en sus ojos en el momento de la muerte.
Le he liberado
de la máquina opresora. Su alma vuela tras la convulsión de ese pequeño cuerpo
enjuto henchido de huesos lacónicos.
Sigo con mi
trabajo. Resquebrajo sus ropas y dejo al descubierto el área que me
interesa. Trazo las líneas verticales con tanta facilidad que entiendo que ya
estaban dibujadas. Desde la clavícula izquierda huesuda a la curva abrupta de la pelvis. Hundo en la
traquea abultada para emerger en los genitales encogidos. De la clavícula
derecha a la pelvis correspondiente. Otra en medio de las dos primeras y
otra entre las dos segundas. Y más intermedias y otras transversales hasta
visionar en el torso desnudo las rejas de su prisión.
El cuerpo
desgarrado en harapos empapados de sangre de un bello color púrpura encumbra mi
obra maestra.
Que buen día
para dejar colgado el odioso gabán marrón detrás de la puerta.
te sigo pero con mucho cuidado, no sea que lleves puesto ese maldito gabán de tres al cuarto.
ResponderEliminaray amigo mío, con este cariño tan grangde que yo te tengo, como podría o pudiera yo...jajajaja...
Eliminarhazme un favor, le he hecho unos arreglillos...dime que te parece ahora?
y como siempre, no te mando uno ni dos sino dos mil besicos de los míos, de toico corasong,
anna mismamente
Anna que fuerte, jeje me tenías asustada con ese gabán.
ResponderEliminar:-) Un besito
si te he asustado es que lo he conseguido, jajajaja...mil besos para ti alma blanca, de los miitos, de toico corasong bella
EliminarGrande Calero, para correr antes de ponerse el gabán!
ResponderEliminarmuchas gracias vicente, un saludo grande
Eliminar